Voces nuevas y veteranas unidos por y para dar voz a los barrios que hoy resisten a la gentrificación 22 años después. Toca volver a la calle antes de que sea demasiado tarde. Y nada mejor que la literatura para defender el libre territorio de la libertad de expresión que es, al fin y al cabo, el ADN de la historia. En ella se marcan los verdaderos acontecimientos, los que realmente dicen de las pasiones y dramas de los hombres. Me estoy refiriendo, claro, a la auténtica literatura: la que nos sobrecoge y alumbra. Ese territorio de la palabra que incide en nuestra corteza cerebral con una descarga eléctrica, generando movimiento, acción, desplazando el aire. Aquella en la que nos reconocemos. Lo demás no es literatura, son, si acaso, crónicas, meros entretenimientos incapaces de alcanzar el espacio restringido donde habitamos: donde somos.
Lavapiés no existe. Ni siquiera es una idea. Es una sensación. Algo vivo, que huele, sabe, duele y te obliga a definirte, a marcar tu identidad. Por eso aquí, en este libro, no se habla de un único barrio. Ni se escucha una única voz ni un único ritmo. Aquí se respira distinto. Porque la vida, como la literatura, no entiendo de proyectos culturales ni de entornos sociales. Aquí se vive y punto.
Lavapiés es metáfora de sí mismo. Por eso es tan real. Lavapiés hay muchos y en lugares muy distintos y alejados. Y esto ocurre así desde el principio de los tiempos. Porque Lavapiés es la casa abierta de par en par, es campo, selva o desierto. No hay decorados ni cosas superfluas. Cada edificio, cada ladrillo tiene un sentido último que lo transforma en naturaleza. Lo cierto es que las cosas son lo que parecen y es eso lo que sorprende. De alguna manera, Lavapiés es la excepción de la norma. Está en medio de occidente pero no existe. No existe y por eso es tan real. La paradoja es su certificado de residencia en el planeta. Si existía ya sería de los otros, pertenecería a ellos.
De eso se trata este libro. Sobre el Lavapiés que está impreso en cada uno de nosotros —aunque reneguemos de él o no lo hayamos descubierto aún—. De la certeza de que somos diferentes. De la posibilidad real de que compartimos un mismo espacio. Por eso, aquí cada palabra lleva incrustado ese plano inexistente. Porque no se debe escribir sobre aquello que desconocemos. Por eso hemos preferido hacer literatura, para seguir existiendo. Para seguir siendo, naturaleza, desierto, selva o antiplano.